Friburgo

Una vista de Friburgo.

No hace falta más que adentrarse en la Selva Negra para saber por qué se llama así. Es entrar en sus bosques y uno entiende perfectamente por qué los romanos no se atrevieron a adentrarse mucho más en su espesura. Aquí quedó establecida la frontera entre la civilización de Roma y los territorios bárbaros. Hoy la situación es muy diferente, pero la Selva Negra sigue conservando gran parte de su misterio y de su oscuridad. Sobre todo por el contraste de los bosques con la llamada fosa del Rin. Es en esa zona, a orillas del gran río europeo, en la que se levantan las que pueden considerarse como las ciudades más bonitas de Alemania. Y una de las más que más destacan es Friburgo, una ciudad tan rica que desde la Edad Media estableció un original sistema de pequeños canales –los Bächle– para la limpieza de las aguas residuales. Disfruté mucho durante mi estancia en Friburgo. Es más, estoy convencido de que algún día tendré que volver. El centro urbano, formado por decenas de calles angostas, está presidido por la catedral, un templo gótico iniciado en el siglo XIII que en la Edad Media fue considerada como la catedral más majestuosa de toda Alemania. Alrededor de la iglesia suele montarse un original mercadillo, de esos que son tan típicos en todo el territorio alemán, que se convierte en un verdadero encuentro de comercios de todo tipo. Amas de casa, cocineros, predicadores, floristas, visitantes… todo el mundo tiene su hueco en el mercadillo de Friburgo. Hay mucho que ver en esta ciudad, incluida su universidad, una de las más antiguas de Europa, pero la ciudad de Friburgo no son sólo monumentos. Friburgo está muy viva. Siempre recordaré la noche en la que junto a mis primas María Isabel y Candelaria probé uno de los licores más famosos de la zona, muy cerca de la Taberna del Oso Rojo, una de las más antiguas de Alemania. Eso sí, hay que evitar el abuso si se quiere recordar bien la estancia en Friburgo. franciscompastor@gmail.com